La nocion de Sublimación ha provocado un agujero en la teoría freudiana por razones no del todo esclarecidas. Curiosamente, el destino del concepto ha realizado lo esencial de su definicion: el de un desarrollo "coartado en su fin".Para tal fin, el texto que el lector tiene en sus manos recurre al menos a dos procedimientos diferentes aunque perfectamente compatibles. El primero de ellos, más habitual, señala una posible puerta de entrada al laberinto: confiar en la percepcion aguda del artista. Esas subjetividades mas o menos geniales, que expresan con asombrosa efectividad, aunque sin saberlo, lo que al psicoanalista le cuesta tanto tiempo y esfuerzo formalizar. Es el caso, por ejemplo, de Margarite Duras, quien anticipa el anudamiento borromeo de los registros que Lacan dice haber extraído trabajosamente de boca de "sus" histéricas. Bajo el signo de esa confianza, el libro recorre algunas de las tantas obras estudiadas por Freud y por Lacan, aunque con una nota personal: apela a pequeñas pinceladas de artistas más cercanos a nosotros, que testimonian sobre lo "trabajoso" (tortuoso) de su labor y de los resortes del proceso "creativo". El segundo procedimiento, que tantas veces vemos utilizar a Lacan, consiste en intentar esclarerer un discurso (el de la sublimación) utilizando como instrumento de lectura otro discurso vecino (en este caso, el del amor), para lograr revelar al menos parte de la verdad del primero. Lacan mismo comenzó su examen de la sublimación explorando la lógica del ?amor cortés?, para llegar a decir que la Dama, el objeto ?sublime?, es al mismo tiempo el objeto sublimado, es decir, elevado a la dignidad de la Cosa, das Ding.